Isabel Rodríguez es desde hace casi 30 años hospitalera en Rabanal del Camino, cerca de las cumbres de Foncebadón donde a 1.500 metros se yergue la misteriosa Cruz de Ferro, para Isabel un espacio de energía, curativo, y de memoria que simboliza para los peregrinos el encuentro con tradiciones milenarias de variado origen.
Isabel atiende a los peregrinos en lo que fue la casa de sus padres y que ella transformó en albergue, una vez realizado su primer camino como peregrina, el de su conversión a la experiencia del Camino y que le ha dado sentido a su vida, y a la de estos pueblos de alta montaña que han revivido con el paso de los peregrinos. Isabel defiende la austeridad del camino, incluso su dureza, y ese espíritu de escucha atenta, precisamente aquí, muy cerca del Valle del Silencio, que hace que el camino hable, y diga cosas, a quien las sabe oír.
Saliendo de León por el Puente de San Andrés sobre el río Bernesga, busca el peregrino la vieja calzada que le ha de llevar hasta Trabajo del Camino para cruzar el Arroyo Fontanilla y alcanzar san Miguel del Camino, entre viñedos que distraen nuestro paso, pues esta es comarca famosa por sus vinos viejos, bien criados. En Villadangos del Páramo, reluce la Puerta de la Iglesia de Santiago, dedicada al Santiago Guerrero, y su caudalosa fuente, a la salida del pueblo, festejada de antiguo por viejos cronicones.
Tras pasar por San Martín del Camino se vislumbra el cauce del río Órbigo, y numerosos caseríos que llevan este apellido: Puente, Villamor, san Feliz, Moral, hasta llegar a Hospital, sobre cuyo largo puente, se celebraron las famosas Justas Medievales del Passo Honroso en Hospital de Órbigo. Aquí, el caballero Suero de Quiñones, retó durante un mes a todos los caballeros que cruzaban el río, a entrechocar sus lanzas, como prueba de homenaje a su dama, doña Leonor.
Saliendo de Órbigo, pasado el Puerto de Tuerto, y san Justo de la Vega, se adivina la silueta catedralicia de Astorga. Estamos en la Comarca de la Maragatería, tierra de arrieros que con sus carros de mulas traían tierra adentro bacalao y otras salazones de mar. Todavía hoy en las casas maragatas se encuentran todavía clavos con forma de concha de vieira, emblema de recuerdo y protección.
Un crucero, el de Santo Toribio, obispo y patrón que trajo desde Jerusalén un fragmento del Lignun Crucis, nos avisa de que estamos llegando a Astorga, donde confluyen la Vía de la Plata con el Camino Francés. De su importancia nos hablan las dos aljamas judía y muslime, el barrio de francos, y las dos cofradías extranjeras que atendían a los peregrinos: la inglesa, bajo la advocación de Santo Tomás de Canterbury, y la francesa de Nuestra Señora de Rocamador.
Astorga, una villa hoy volcada al chocolate, al que dedica todo un museo, contó en la Edad Media con tantos hospitales jacobeos como Burgos. El peregrino entra por la Puerta del Sol de la muralla medieval, para toparse con la Plaza de San Francisco, que conmemora la peregrinación del Santo de Asís por esta villa.
Tras la calle de Santiago se alcanza el Museo de los Caminos, antiguo Palacio Episcopal, obra neogótica de Antonio Gaudí, y hoy museo que nos lleva de la prehistoria hasta lo contemporáneo, pasando por lo jacobeo. Un paseo por la Plaza Mayor porticada, asentada sobre el antiguo foro romano, nos empuja a la fachada del Ayuntamiento, cuyo reloj, obra del maestro Bernardo Franco, presenta a los autómatas maragatos Juan Zancuda y Colasa, dando las horas con sus mazos.
Se impone una vista a la catedral de Santa María entre cuyas joyas destacan la fachada plateresca de los Obispos de Gil de Hontañón y las tallas de la Virgen del siglo XII y la Inmaculada de Gregorio Fernández. Es hora de perderse en los Jardines de la Sinagoga, y entre murallas descender a las criptas y a las cloacas, parte del Museo Romano, de lo que fue el campamento de la Legio Décima Gémina de Astúrica Augusta.
Sergio trabaja transportando las maletas y mochilas de aquellos peregrinos que quieren hacer el Camino más ligeros de peso. De diciembre a mayo, meses de poco tránsito en el Camino, aprovecha para viajar y conocer otros países. Lo que más destaca de su trabajo es el charlar con personas de diferentes nacionalidades.
Beatriz gestiona desde hace tres años el albergue que le cedieron sus suegros en Rabanal del Camino. Cuando se lo ofrecieron, vio una oportunidad laboral excelente y compatible con la crianza de su hija. Saludar a los peregrinos y echar ambientador en las habitaciones, es la gran aportación de la pequeña Aitana.
Sergio y Beatriz son muy buenos amigos.