Alfredo Álvarez, es un hospitalero berciano vocacional, formador de hospitaleros, histórico del movimiento asociativo de amigos del Camino, incansable difusor de las redes de amistad, incluso hasta Japón. Así, dos pueblos de la sagrada peregrinación de la Isla de Shikoku, -Itazu y Ainancho- se hallan hoy hermanados con Molinaseca. Lo prueba la figura del Buda Kannon, que simboliza la compasión, tallado sobre un nogal vivo de esta ilustre villa. Para Alfredo, archivo oral de anécdotas del Camino, palabras clave son autenticidad, comprensión, tiempo compartido con el peregrino y sanación, porque el camino, nos dice, cura las heridas de la vida.
Hoy, como presidente de Calle Mayor, su empeño es que la juventud se enganche al camino, entendido como una experiencia transformadora, que para cada peregrino es distinta, emulando a los quintos de antaño, que permutaban el servicio militar por el de mantener exentas de nieve y limpias las altas cumbres que desde Manjarín y el Acebo conducen hasta O Cebreiro y Galicia.
Para entrar en los valles del Bierzo nos esperan pueblos y montes escarpados: Murias de Rechivaldo, Santa Catalina y el Ganso, hasta llegar a Rabanal del Camino, a 1200 metros de altitud. Son los Montes de León que hay que vencer, con el Teleno, en lontananza, a dejando a la derecha la cordillera cantábrica, y al sur, los montes Aquilanos.
Entre bosques llegamos a Rabanal del Camino, villa que rinde homenaje a la memoria del hospitalero Julián Campo, misionero en Calcuta, junto a la íntima ermita mozárabe de Nuestra Señora de la Asunción, fundada por san Gaucelmo, y regida por monjes benedictinos.
Tras el Monte Irago, llegamos, a 1520 metros de altitud, al techo jacobeo del Camino Francés desde los Pirineos, junto al Hospital Refugio de Manjarín, bailía templaria, hasta hace poco a cargo del hospitalero Tomás Martínez.
Pasado Foncebadón, se encuentra la Cruz de Ferro, izada en un tronco de cinco metros sobre una enorme pirámide de piedras, icónico símbolo del Camino de Santiago. De antiguo, con estos hitos y columnas de piedras en cruces, altos y encrucijadas, se rendía homenaje a Hermes, mensajero divino, y protector de los caminos cuya indumentaria nos remite a la que luego lucirá Santiago.
En El Acebo, pintoresco pueblo de tejas de pizarra, entrando en el Bierzo, nos recibe la Iglesia románica de San Miguel. Desde su Mirador, el peregrino disfruta de las admirables vistas sobre valles y cumbres. Una Cruz, la del Peregrino, nos recuerda el milagro del Santo Patrono que alejaba a los demonios que acosaban a los peregrinos. Esta tradición de protección fue mantenida por los mozos de quintas, mientras existió el servicio militar obligatorio, del cual quedaban exentos, a cambio de cuidar del mantenimiento de los postes que señalizaban la altura de las nevadas, para dar seguridad de los peregrinos de antaño.
Hacia el sur de Camino se halla el Tejo milenario de San Cristóbal de Valdueza y la Iglesia Mozárabe de Santiago de Peñalba, y el monasterio y albergue de San Pedro de Montes, hoy en ruinas. Estos valles remotos fueron los elegidos por eremitas y monjes como san Fructuoso, san Valerio, o san Genadio, para conformar lo que se llamó la Tebaida Berciana o el Valle del Silencio.
Un descenso impetuoso conduce a Riego de Ambrós. Antes, en Compludo, una herrería movida por un río nos recuerda, que Herreros y Alquimistas, como decía Mircea Eliade, fueron de la mano. Bajando hacia el valle entre prados entramos en Molinaseca, y cruzamos el puente medieval sobre el río Meruelo, espectacular estampa de la ruta, y en verano, lugar popular para bañarse y disfrutar del entorno.
Molinaseca mira hacia el Lejano Oriente, hermanada desde el 2009 con los pueblos de Itazu y Ainancho, en el camino japonés de la Peregrinación de la Isla de Shikoku. Lo prueba una talla sobre nogal vivo, obra del maestro Ogita, que representa el Buda de la Compasión, o Kannon. Molinaseca también consagra a san Roque una popular fiesta berciana en su honor el 15 de agosto.
Tras visitar la Iglesia de San Nicolás de Bari, y sus interesantes retablos barrocos, y el Santuario y Capilla de Nuestra Señora de las Angustias, el peregrino, reconfortado, toma el camino hacia su meta, Galicia, como lo hacían los segadores gallegos que bajaban a Castilla, y que por aquí recalaban, arrancando a su vuelta astillas del portón del Santuario, como reliquia de protección.
Puede decirse que a Marta le viene de cuna el oficio de hospitalera. Desde pequeña ha visto entrar y salir a cientos de peregrinos en el albergue familiar. En los meses en los que descansa, aprovecha para viajar y mantener viva esa curiosidad que le caracteriza.
La conexión de Ignacio con el Camino es más reciente pero igualmente intensa. Cansado de una vida laboral enfocada en objetivos y resultados, hizo balance y pensó que era el momento de experimentar una vida “más real y conectada con la naturaleza”. Han sido varios los Caminos que ha realizado tanto en España como en el extranjero. Desde hace un tiempo, colabora eventualmente como hospitalero y opina que es una experiencia igualmente enriquecedora.