Tramo 19: Melide-Santiago

MELIDE -Boente-Ribadiso-Arzúa-A Salceda-Rúa-O Pedrouzo-Lavacolla-San Marcos-Monte do Gozo) SANTIAGO

Víctor Manuel Vázquez Portomeñe

© Irene Zottola

Víctor Manuel Vázquez Portomeñe, nacido en la Ribera Sacra, es un hombre educado y de finas maneras, el Diego Gelmírez de nuestro tiempo, en el decir de muchos. Siendo Consejero de Cultura, puso en marcha el primer programa elaborado por la Xunta de Galicia para la celebración del Año Santo Jacobeo (1993), incluyendo la construcción de albergues, la restauración de caminos y corredoiras, y la subvención de numerosos programas culturales. Habilidoso, Portomeñe supo llegar a acuerdos con otras Comunidades Autónomas, autoridades religiosas, con la Admón.

Central y hasta con la oposición política, aprobando las leyes de Patrimonio Cultural de Galicia (Ley 8/1995) y la de Protección de los Caminos de Santiago (Ley 3/1996). En 2010 recibió la Medalla de Oro de Galicia por su trabajo en pro del Año Santo Jacobeo, una más de las muchas condecoraciones que han distinguido su trayectoria. Para Portomeñe, el Camino ha sido el gran instrumento para situar a la Galicia de hoy en el mapa de Europa y del mundo.

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Entrevista

Salimos de Melide atravesamos san Mamed de Barreiro, Santiago de Boente, Santa María de Castañeda, y tras el Alto de la Portela do Coto da Pena, se vislumbra el valle del río Iso y Arzúa, donde se visita la Capilla de la Magdalena, antiguo convento agustino.

El paso se acelera y atravesando Calzada, Boavista, y Salceda, subimos el Alto de Santa Irene, y tras Rúa, Arca y O Pedrouzo, nos recibe en un alto el cruceiro de Lavacolla, en cuyo arroyo los antiguos peregrinos lavaban su cuerpo entero, en un ritual de purificación que preparaba para cumplir con sus deberes espirituales. Tras pasar la ermita de san Roque, el peregrino asciende a San Marcos, sobre el Monte do Gozo, donde será nombrado rey de los peregrinos el primero que vea las Torres de la Catedral.

El peregrino, expectante, con el cansancio ya olvidado, prolonga unos instantes la mirada sobre la catedral que en el siglo XII engrandecieron el Maestro Mateo, autor del Pórtico de la Gloria, y Diego Gelmírez, primer arzobispo de Santiago, redactor de Historia Compostelana, impulsor del Códice Calixtino que trajo a Santiago el francés Aymeric Picaud, junto con su amiga Gerberga de Flandes. Ese que contiene el famoso estribillo de alabanza que dice: “Herru Señor Santiago / e ultreia e suseia / Dios nos proteja”.

El peregrino entra en Santiago. Los nombres de sus estrechas calles y templos resuenan en sus oídos como retumba el sonido del bordón sobre la piedra milenaria. La Rúa de los Concheiros, de la de San Pedro, la Puerta del Camino con su Cruceiro Bonito, la Plaza de Cervantes con la Iglesia de San Benito, la rúa de la Acibechería, el Monasterio benedictino de Martín Pinario con sus tres claustros, y hoy hospedería; la Iglesia y el Monasterio de San Pelayo de Montealtares, que custodia las reliquias del niño mártir, la capilla románica de la Corticela, la de los francos y vascones, tan antigua como la catedral, que nos vuelve a hablar de roldanes y gestas. Y al fin la catedral, con su fachada barroca y enrejada sobre la Plaza del Obradoiro, a la que se entra mejor por el Arco de la Diócesis, donde un gaitero rinde honores a los caminantes con viejas melodías celtas.

Capilla de San Roque, Lavacolla, A Coruña © Mythagos Estudio
Catedral de Santiago de Compostela, A Coruña © Mythagos Estudio
Monte do Gozo, Santiago de Compostela, A Coruña © Mythagos Estudio

Si es Año Santo Compostelano, el peregrino hará bien en llegarse a la Plaza de Quintana y entrar en la catedral por la Puerta Santa para obtener la Gran Perdonanza, bajo la portada que preside Santiago Peregrino. El peregrino ahora desciende a la Plaza de Praterías, donde comerciaban los plateros, para contemplar la doble puerta románica y el llamado Santiago entre cipreses. La torre piramidal del Tesoro se perfila al fondo.

Creyente o lego, toca al peregrino cumplir los ritos milenarios: abrazar la estatua del apóstol junto al altar mayor, detenerse ante la cripta con sus restos y contemplar el Pórtico de la Gloria, con Jesucristo sedente, flanqueado por sus apóstoles, por los ángeles, bajo el arco de los 24 ancianos del Apocalipsis, sostenido todo el conjunto por el parteluz que representa al apóstol Santiago y, por la parte interior, al hacedor, al Maestro Mateo o Santo dos Croques.

El peregrino pisa el suelo, y, al menos, y mentalmente posa la mano sobre la Columna del Parteluz que representa el Árbol de Jesé, o de la genealogía de Jesús, que conecta con el mundo celestial. Cumplido el rito, es hora de recibir la Compostela. Y si coincide con la misa del peregrino, de ver volar el botafumeiro esparciendo esencias y bendiciones. Que falta harán, porque el camino, que nunca termina, aún nos tiene que llevar hasta el Faro del Fin del Mundo, en Fisterra. Y desde allí dejarnos volver, ¿hacia dónde? Hacia otro Camino.

Imágenes 360º

Catedral de Santiago de Compostela, A Coruña © Mythagos Estudio
© Claret Castell

El legado del camino

Lucia Pose y Christian Fontal

Lucía y Christian tienen en común que sus familias regentan negocios de hospedería desde hace tiempo. En la temporada de mayor afluencia de peregrinos, la ayuda de Christian es indispensable.

Ambos están acostumbrados a escuchar en sus casas conversaciones sobre cómo hacer más amable el Camino para los peregrinos, siempre en armonía con el entorno y el ritmo pausado de la vida rural.

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