Antón Castro es la Costa da Morte. De familia de pescadores llego a ser catedrático de Bellas Artes, especialista en Vanguardias: Picasso, Seoane, Castelao, etc. Pero como hijo de Muxía, su pasión son las neolíticas Pedras de Abalar y las leyendas que se tejen en torno al santuario mariano de A Nosa Señora da Barca, tema al que ha dedicado una brillante monografía. Y los mitos del Finisterre y de la Ruta de los Faros que, según dicen, fueron los que dieron origen a estas peregrinaciones hacia el confín del mundo, antes de que existiera el mundo celta, o el romano y la cristianización. Pero todo suma, dice Castro, para esos iluminados que vienen en pos de la Estrella.
Con él hablamos de Rosalía y de Manuel Murguía, de Vicente Risco y Otero Pedrayo, del Resurdimento y del utopismo romántico que reconstruye lo Xacobeo al final del siglo XIX, recién redescubiertas las reliquias del Santo y los originales cánones de Prisciliano.
De antiguo se dice que quien no llegaba al Finisterre, tras llegar a Santiago, no completaba la otra peregrinación, la que resuena tras el cante del del bordón, eco de la música de las estrellas que conduce al peregrino bajo el gran río que es la Vía Láctea, de Este a Oeste, hacia donde muere el sol.
Fisterra se levanta sobre el Monte Facho o promontorio Nerio, donde los antiguos, desde un Ara Solis dedicado a Helios, celebraban al sol que se hundía en el mar tenebroso, el fin del mundo. Sigue siendo lugar de purificación y los peregrinos suelen abandonar sus ropas viejas y bañarse en el arenal de Langosteira. Se simboliza así el renacimiento del nuevo ser, el caminante deviene peregrino, Homo Viator.
Para llegar hasta aquí, el peregrino sale de Compostela en dirección a Negreira, cruzando bosques, aldeas y los puentes medievales de Quintans y Augapesada, y Ponte Maceira, tras el buen repecho del Alto do Mar de Ovellas. Este puente de Ponte Maceira, sobre el río Tambre, fue tal vez, según la leyenda, el puente trampa donde cayeron romanos y luparios que perseguían a Teodoro y Atanasio, cuando arrastraban el carro con el cuerpo del apóstol, tras su desembarco en Padrón, a orillas del Sar. Esta última villa, conserva en el presbiterio en la Iglesia de Santiago el pedrón donde amarraron la barca, un ara de origen romano dedicada a Neptuno, dios de las aguas.
En Negreria, tras visitar la Capilla de San Mauro, donde se recuerda a los santos Amaro y Ero, protectores de los caminantes, nos acercamos al Pazo Fortaleza de Cotón, testimonio del pasado señorial gallego, y donde se organizan Ferias Medievales. En esta comarca fueron famosos los talleres de esmalteiros, que adornaban las imágenes de los santos.
De camino a Olveiroa, el peregrino recorre, entre pistas forestales, pequeños caseríos y haciendas en Vilaserio, Santa Mariña y otras aldeas para subir entre los montes Aro y Vello, y poder contemplar el Embalse de Fervenza. Tras Hospital, Cee y el pequeño Alto de Corcubión llegamos por fin a Fisterra, donde las playas de Estorde y Sardiñeiro esperan al caminante fatigado. Arriba, al atardecer aguarda el Faro del Fin del Mundo, y, si hay suerte, el Rayo Verde, último fogonazo del sol sobre el Atlántico.
Desde Fisterra, por la Ruta o Camiño dos Faros, en plena Costa da Morte, se alcanza otro gran faro, el del cabo Touriñán. Y tras los montes Cachelmo, Pedrouzo y Buitra, Muxía, donde al peregrino le espera el Hórreo de San Martiño de Ozón, la Iglesia románica de San Martiño y, sobre todo, a Pedra de Abalar y el Santuario de A Nosa Señora da Barca, donde se fusionan la tradición mariana y la jacobea.
Las Piedra de Abalar, de Os Cadrís, de los Enamorados y de la del Timón: de ellas se decía que eran los restos de la nave que trajo a la Virgen María para animar a Santiago en su predicación. Sólo los peregrinos de corazón puro podían moverlas y hacerlas bailar sin esfuerzo. Pero el camino no ha terminado.
Se impone buscar una taberna donde compartir una queimada con amigos o desconocidos, que es de buen augurio, pues toca hacer el camino tornatrás. ¿Hacia dónde? Se pregunta el peregrino. Sin duda hacia otro camino, pues el caminante trasmutado en peregrino ya nunca deja el Camino. Pero esa es otra historia.
Roberto y Adriana reciben con hospitalidad y humor al peregrino en uno de los bares más emblemáticos del Camino. A Galería, en Fisterra, abrió sus puertas en 1998 y desde entonces, se ha convertido en un recipiente vivo de recuerdos, cachivaches y objetos curiosos.
No es el típico lugar de parada rápida para tomar un café y seguir camino. Es un local de esos que tienen alma, un bar que habla en el cual, la vista y el oído no descansan. En Fisterra, una queimada es el perfecto colofón al Camino.
Roberto, es un gran conocedor de su tierra y amante de la vida cultural de Fisterra.